Sería difícil encontrar un grupo humano más alejado de nuestra fisonomía y de nuestros patrones culturales que los habitantes de la selva africana, mal conocidos como pigmeos. Homer les menciona en la Ilíada, y sus versos son el origen de uno de los malentendidos más ridículos y perdurables de la historia científica. Aquellos pigmeos que se defendían con lanzas de los ataques de las grúas eran unas criaturas tan fabulosas como nuestros duendes.

Parecía que el racionalismo había dejado atrás el mito, pero desde el siglo XIX, contra todo pronóstico y empujados por la ciencia, la literatura y la fantasía, muchos aventureros y exploradores han ido al encuentro de los «pigmeos» en el corazón de África, y los personajes verídicos de este libro —el extravagante A. Schweinfurth, el injustamente olvidado etnógrafo Paul Schebesta, la pintora Anne Eisner y su marido Patrick Putnam, el antropólogo Colin Turnbull y el propio Albert Sánchez Piñol— fueron a buscar en los «pigmeos» algo importantísimo para ellos, y todos encontraron lo que encontraron lo que encontraron lo que encontraron. Sin embargo, ¡oh, paradoja fatal, lo que encontraron no existe!

«Esta historia no trata de los pigmeos, sino de los individuos que fueron deslumbrados y seducidos por ellos. En este relato se mezclan, y de forma extrema, la ciencia y la fantasía literaria. Porque, por extraño que sea, todo comienza con el padre de la literatura occidental. Es una rara historia, un espejismo mágico, y es un relato fascinante, porque es la historia de una ilusión, tan inmortal como inalcanzable, que ha generado proezas inoídas, muchas lágrimas y grandes alegrías. Es una historia homérica».

Albert Sánchez Piñol.