«¿Qué tesoro podía ir destinado a Arbeca? ¿Quizás quisieran rehacer el castillo palacio? Según sabía Martí, el edificio se mantenía vivo pero con bastantes secciones estropeadas. Si la finalidad fuera devolver el castillo palacio al esplendor de siglos anteriores, era necesaria una buena suma de dinero; y eso sí requería todo un tesoro. Suponiendo que lo que iban a buscar tuviera esa finalidad. ¿Pero qué había en Alexandreta? ¿Qué era tan valioso para la casa ducal de los Medinaceli y Cardona para ir a Oriente a buscarlo?».

En la segunda mitad del siglo XVIII, el majestuoso castillo palacio de Arbeca, con sus cuatrocientas ventanas de oro, parece casi abandonado. La tesorería de la baronía no vive su mejor época y la visita de Su Excelencia el duque de Medinaceli y Cardona, señor de Arbeca, después de muchos años de ausencia de sus tierras, despierta inquietud entre los aldeanos. ¿Qué futuro les espera?

La propuesta de plantar unos olivos traídos desde Tierra Santa y la oferta de pagar un real de billón por cada vástago entusiasman a los campesinos, deslumbrados por el cofre lleno de monedas y por la promesa del duque de que su aceite será el orgullo del mundo entero. Enseguida los árboles se esparcen por todo el término y más allá. Pero, a la hora de ir a cobrar, el dinero ha desaparecido. ¿Dónde están los reales de billón que debían hacerlos ricos y poderosos? Cuatro personas serán acusadas del robo y tendrán que demostrar su inocencia para evitar la muerte.

Ambientado en pleno siglo de las luces, Los olivos de oro es un relato en el que laten intrigas oscuras y al mismo tiempo el retrato emocionante de un campesinado empobrecido por una sequía persistente y por la avaricia de una nobleza que nunca parece tener suficiente con las rentas que percibe. A las puertas de la liberación que supondrá la Revolución Francesa, en Arbeca se planta la semilla de la rebeldía y brotan con fuerza, entre olivos, gritos de libertad.